INSTITUCIÓN EDUCATIVA ESCUELA NORMAL SUPERIOR DE MARÍA
PROGRAMA DE FORMACIÓN COMPLEMENTARIA
SEMESTRE UNO
FUNDAMENTACIÓN
PEDAGÓGICA UNO
NIDIA MARÍA VARGAS RENDÓN
MEDIADOR PEDAGÓGICO NÚMERO UNO
MAESTRO COMO FORMADOR Y CULTOR DE LA VIDA
TIEMPO: DIEZ Y OCHO HORAS
ENERO 23 A FEBRERO 10 DE 2017
METAS DE APRENDIZAJE DEL ÁREA
Analizar
desde su rol de maestro/a en potencia la responsabilidad social que posee para
la formación de las nuevas generaciones.
Reconoce
sus potencialidades, habilidades y
expectativas con relación a sus metas para convertirse en maestro consolidando su proyecto de vida profesinal
Reconoce
los alcances de la pedagogía como el saber que dinamiza los procesos formativos
del ser humano.
Apropia algunos conceptos articuladores de la
pedagogía enriqueciendo su solvencia pedagógica.
Ubica
la pedagogía en la historia y la relaciona con otras ciencias.Reconoce
la importancia de un sistema legal para los procesos educativos de un país
Apropia
elementos propios de la pedagogía y la didáctica
TEMÁTICAS A DESARROLLAR
·
La misión social del maestro
·
El maestro en Grecia
·
El maestro de la Modernidad a las Posmodernidad
·
El maestro Contemporáneo
·
Paradigmas que pueden orienta la ética del docente
INDICADORES DE DESEMPEÑO DEL MEDIADOR
·
Reflexiona en torno a la importancia del maestro en
la contribución de los procesos formativos, educativos y de enseñanza que
permite las transformaciones sociales.
·
Reconoce el rol social del maestro en diferentes
momentos de la historia
ESTRATEGIAS PEDAGÓGICAS DE INICIO
Conversatorio
desde el texto “Martes a la quinta hora
o la clase de gimnasia “de Yolanda Reyes
Evocación:
Recordar los maestros/as haya
impactado la vida, desde aspectos positivos o negativos, compartir la experiencia a los compañeros.
ESTRATEGIAS
PEDAGÓGICAS PARA ACTIVAR SABERES
PREVIOS:
Cada estudiante en el cuaderno a través de un símbolo, dibujo o
situación ¿Con que puedes comparar el rol del maestro?
Por equipos leen el siguiente texto y cada uno
explica el avatar o la analogía a los demás compañeros.
Avatares
Analogías en búsqueda de la comprensión del ser maestro
(Lic. en Literatura y Magíster en educación Fernando Vásquez
Rodríguez)
Antes de empezar a desarrollar este
abanico de analogías alrededor del maestro, creo oportuno precisar el sentido
de avatar o avatára. Según escribe
María Moliner, un avatar, en sentido estricto, es “cada una de las diferentes encarnaciones
de los dioses indios, y por extensión, fase o aspecto nuevo de una cosa
cambiante”. Me interesa resaltar, de una vez, ese rasgo de transformación
constante, propia del avatar; ese aspecto de cambio, de muda, de asumir varias
facetas para distintos fines. No sobra recordar que Visnú, para poder mantener
el mundo dentro de la estabilidad, tuvo que acudir precisamente a sendos
avatares; primero fue pez, luego tortuga, también jabalí, hombre, león o enano…
En todo caso, si empleo este título es porque creo que no hay una única manera
de ser maestro. Y ni siquiera, en un mismo educador, se puede concebir una
única encarnación, una sola manifestación. La piel del maestro está en
constante transformación. Y en esa cualidad, además de posibilitarme una
mitología o una poética, entreveo una enseñanza profunda, por no decir
necesaria, sobre todo en estos tiempos, y en este país, donde nos es tan
fundamental aprender a convivir aceptando las diferencias.
El maestro como
Partero
Esta analogía
es de herencia socrática. El maestro partero, el que ayudará a dar a luz la
posibilidad para que la vida se de en plenitud. No el maestro que da la vida,
sino el que crea las condiciones para que la vida sea. Una especie de medio
entre la noche de lo informe y la reciente forma repleta de luz. El maestro
partero, sin temor al contagio; vencedor de ascos sangrasas imprevistas. El
partero, siempre dispuesto, pues uno nunca sabe cuándo la vida a bien tiene o
desea aparecer, el maestro partero, decidido, capaza de forzar un parto o de
dar la palmadita necesaria para que el aire llegue a los pulmones del alumno.
Partero porque está presente, a las afueras, al lado, al borde, para asistir,
para ayudar, para jalar o dar ánimos, para recibir entre sus manos la hermosa
fragilidad de una vida nueva, reciente y aún tibia. Aunque no sobra advertir el
riesgo que corre el maestro partero: en lugar de propiciar la vida, puede
convertirse en comadrón para la muerte.
El maestro como
Sembrador
Ahí está la
semilla, el alumno, y ahí también la tierra, el medio o el escenario propio
para que este apetito de vida germine. Nazca. Educar, entonces, parece ser una
tarea de cultivo, de labranza. Y el punto final –la cosecha- es conseguir que
el alumno semilla sea fruto, que él mismo se convierta en fuente de vida para
otras vidas. Salta a la vista: la analogía recoge un rumor de parábola
cristiana; dependiendo de dónde caiga la semilla, así el resultado. Aunque,
pensándolo mejor, también es esencial la habilidad, el pulso, el olfato del
sembrador para saber dónde sembrar o poner la semilla. De otra parte, la
analogía invita a pensar en una idea de trato directo, de contacto cuerpo a
cuerpo. Cada sembrador debe estar frente a su parcela, frente a su cultivo.
Pareciera que la analogía propusiera una interacción mano, tierra, semilla…
Entonces, untarse de tierra o untarse de tiza viene siendo como la misma cosa.
Se desprende de esta analogía toda una serie de asociaciones con el trabajo del
maestro: la idea de algo que merece ser cuidado permanentemente, de la
deshierba oportuna, del abono y de la prevención; del preparar la tierra, del
arado; pero, además, de algo que está sujeto también a los avatares del clima o
del viento. Hay una zona de azar que por más que el sembrador quiera controlar,
escapa a sus deseos. Y otro punto altamente azaroso: a veces, por querer podar
la planta, por quererla limpiar de maleza, el sembrador termina por cortar su
esencia.
El maestro como
Pastor
Por supuesto,
la analogía tiene hondas raíces bíblicas. El maestro como aquel de cuida su
rebaño, sus alumnos. El que protege, el que sabe atender la dificultad pero,
sobre todo, el que logra reconducir a la oveja descarriada, a la oveja perdida.
En este caso, la analogía del maestro está muy cercana a la del guardián de una
moral, al conductor de almas, al que sabe mantener en armonía, en su redil, los
corderos, los espíritus puros acechados por lobos de diversa pelambre y
condición. Es evidente el tono paternal, como de ángel protector, que atraviesa
esta analogía del maestro como pastor. Y piénsese, además, cuánto hay de
sacrificio: se trata de ofrecer todo por mantener a salvo el rebaño. Aún más,
esta cuota de sacrificio, propia del pastor, desemboca en otra condición, la de
la vocación, tan cercana al sacerdote, la enfermera o el soldado. Desde luego,
el maestro pastor obedece a una misión superior: si protege y cuida su rebaño
es porque se sabe instrumento de un designio divino, de un ideal o una utopía
trascendente. Cuánto hay de apostolado en esta forma de concebir la tarea del
maestro y, por ende, cuánto hay de riesgo: el pastor, que puede llegar a ser un
salvador, igualmente puede convertirse en mártir.
El maestro como
Artesano o Escultor
La analogía
nace de la relación con la talla, con la idea de dar forma. El maestro esculpe
al alumno; como pensaba Miguel Ángel, va quitando el excedente para que quede
sólo su esencia. Esculpir, formar. En esta analogía prima el papel de la mano.
Se trata de trasladar a una materia (por lo general informe, difusa), una
impronta, una figura. Pienso ahora en la riqueza plástica de esta analogía.
Evoco la arcilla, la greda que va asumiendo la forma que el artesano desea
prodigarle. Pienso en el proceso, y en esos pasos de húmedo a seco a través del
calor. Dar forma, modelar. Y asocio también, a través de la analogía, el
escenario del taller, el taller del ceramista o del escultor. Esta tarea de dar
forma demanda ciertos escenarios apropiados, ciertas herramientas, ciertos
materiales. Todo maestro escultor tiene un taller, y el taller tiene que ver
con el modelaje, con un saber hacer, con una inteligencia práctica, con un
producto… El maestro que esculpe, que forja, más que hablar, actúa. Y en esa
gestualidad reposa la esencia de su trabajo. El maestro –parece enseñarnos la
analogía- toma una materia difusa, oscura, genérica, para otorgarle un cuerpo,
un nombre, una particularidad. Claro, con la aspiración o la esperanza de la
perpetuidad, pero con el peligro de que sea a su imagen y semejanza.
El maestro como
Actor
Se trata de
una puesta en escena. De un auditorio y de una fábula. Se trata de una acción
que se quiere representar. Se trata de una acción que se quiere representar. Se
trata de producir catarsis, bien sea a través del temor o la compasión… Ahora,
sale el maestro a escena. Empieza la actuación. Su palabra, sus gestos, su
cuerpo, todo ello contribuye a que la pieza, la clase, cumpla mejor su
cometido. Nada es gratuito: ni el decorado, ni los efectos, nivel vestuario.
Todo obedece a las leyes de la acción dramática. Los alumnos, vistos desde esta
analogía, son espectadores, pero espectadores que forman parte de la obra. El
maestro actor interactúa con ellos, pero no se confunde. El sabe de su papel.
También los alumnos conocen cuál es su momento, cuál su rol. Por instantes el
maestro bordea la tragedia; en otros, se asoma a la comedia. Entre la risa y el
llanto el maestro actor va logrando la compenetración, la empatía, mueve
afectos, sentimientos, pasiones. El maestro actor establece puentes de
afectividad. Pero todas esas estrategias van encaminadas a que el alumno, desde
esa seducción propia de lo escénico, se reconozca. Se trata de que el alumno
tenga sus propios reconocimientos, sus propias agniciones. De que, a través de
la obra representada por el maestro, pueda descubrir su propia condición, su
propia historia. La obra está al frente suyo para que le sirva de espejo; esa
representación, hecha por el maestro, busca poner al alumno frente a sí mismo.
Claro, no siempre como actor dramático; a veces el maestro, para alcanzar su
cometido, debe parecerse mucho a un payaso… Señalemos que el riesgo, sustancial
a esta analogía, es que el alumno se fascine sólo con los accesorios del
espectáculo, o que al maestro actor lo único que le interese sea el aplauso.
Recordemos que para que la acción dramática sea valiosa, se requiere que la
actuación del maestro sea creíble, verosímil.
El maestro como
Puente o Escalera
Digamos que
esta analogía descansa en la idea según la cual el maestro viene siendo como un
instrumento mediador, como un ser capaz de poner en contacto dos realidades
distantes o extrañas. Esta tarea de mediación nos advierte que el maestro es
apenas un facilitador, un instrumento para la comunicación o la comunión. Es un
canal. A través de él, las aguas se intercomunican, las distancias se acortan.
El maestro puente o escalera asume las características de un traductor, de un
intérprete, es decir, de un ser capaz de poner en un lenguaje accesible para
todo lo que lee en otra lengua sólo legible para algunos. Traductor, porque
posibilita el encuentro, porque propicia el diálogo entre mundos disímiles. Veo
en esta apología una vigorosa fuente para entender al maestro como mediador de
diferencias, como negociador de heterogeneidades. No el puente para la
homogeneización, sino la mediación para que lo diverso siga siendo entendido
como riqueza. Aunque no sobra señalar que según ciertas tradiciones las
escalera sólo sirven en tanto uno se pone en comunicación con algo, después hay
que abandonarlas u olvidarse de que existieron.
El maestro como
Faro, Brújula o Estrella Polar
La analogía
está repleta de remembranzas marinas o recuerdos de caminantes errabundos. El
maestro faro sirve de luz, de guía para que las naves –alumnos- no se pierdan
entre la noche, entre la fuerza de las olas y el sin rumbo de la oscuridad. El
maestro brújula sirve de orientación, de punto de referencia, de signo, de
flecha, de ruta a seguir. Los alumnos, entonces, son como viajeros inexpertos y
temerosos que van caminando a tientas, y el maestro viene siendo como el timonel,
como el capitán que puede vislumbrar peligros entre la niebla, el que no se
arredra ante el canto de las sirenas o las tormentas de arena. Y puede incitar
a la aventura, precisamente, porque él ya recorrió esos caminos, él ya hizo el
viaje; por eso puede conducir a otros in perder el rumbo; el maestro brújula ya
transitó, ya conoció esos lugares, ya sabe de las náuseas y las fiebres
palúdicas, de los espejismos y los ruidos de la noche. De allí, que el maestro
estrella polar, el maestro faro, está repleto de historias, de experiencias. Es
un viejo narrador de cuentos, de anécdotas, en donde él mismo es protagonista
de tales odiseas. Todas esas imágenes colaboran para que el maestro sea
entendido como la cabeza visible, como el Moisés o el líder, como aquel capaz
de señalar el camino más indicado, el camino más idóneo. En síntesis, el
maestro estrella polar no nos deja perder en la inmensidad del desierto o en el
insondable y vasto mar. Tal ventaja, al mismo tiempo, trae consigo un riesgo:
en tanto brújula, el maestro sólo señala el norte, no se desvía, no cambia,
mantiene una posición…
El maestro como
Anfitrión que ofrece un banquete
La analogía
busca resaltar la relación que hay entre enseñar y dar de comer; entre educar y
ofrecer una mesa repleta de toda clase de alimentos. Parece justo explicar que
el maestro viene siendo como el anfitrión del banquete, el que prepara las
viandas y las dispone en la mesa. Obvio, se trata de ser un anfitrión
exquisito, de no perder ningún detalle, de fijarse tanto en el sabor como en el
color y el constaste de los diversos platos al estar frente a los ojos del
alumno. Es fácil percibir cómo desde esta analogía, educar se asemeja a ofrecer
un repertorio de platos, un menú que, dependiendo del hambre y lo9s diversos
gustos, dependiendo de los ritmos y las formas de comer de los convidados, así
será su degustación o su placer. Y si en otras analogías se privilegiaba la
figura paterna, la figura protectora, acá prima más la figura de la madre:
nuestro primer pan de caliente savia blanca, nuestro primer banquete tomado
entre el calor de un seno y las voces cariñosas. Hay una preferencia maternal
en esta analogía al tomar como modelo la vida, la fuerza de la especie. Educar
y nutrir parecen corresponderse. Aunque debemos tener presente que no siempre
el alumno desea comer y que, muchas veces, hay que obligarlo a consumir ciertos
alimentos, so pena de un crecimiento endeble o un raquítico desarrollo humano.
Según lo anterior, el albur del maestro anfitrión oscila entre “elija lo que
quiera” y “abra la boca”.
El maestro como
Ladrón del Fuego
En este caso
la relación procede de Prometeo, el héroe griego que robó el fuego a los dioses
para dárselo a los hombres. Siguiendo la analogía, maestro es aquel que
proporciona algo a alguien que no lo tenía o que ni siquiera sospechaba que
existía. La analogía es hermosa porque sugiere ese robo que el maestro debe
hacer, previamente, para poner a disposición de otros una chispa, una lumbre,
un pequeño sol, a través o mediante el cual los alumnos puedan ir descubriendo
nuevas y originales maneras de pensarse e incidir en su entorno. Ese fuego que
el maestro trae es un fuego liberador. Toda una serie de imágenes suscita
inmediatamente la analogía. El fuego como símbolo de la luz sobre la oscuridad
de la ignorancia: el fuego como potencia liberadora del conocimiento ante la
esclavitud de los prejuicios y las supersticiones. Pero hay otra cosa que me
parece enormemente sugerente: el fuego como un robo a los dioses, la educación
como una manera de socializar algo vedado, como un ejercicio de democratización
del saber, de amplitud de horizontes y ruptura de hegemonías. Una educación
como práctica democrática, como posibilidad de acceso a los arcanos, a las
esferas celestes, al empíreo del conocimiento. Sin embargo, no olvidemos la
suerte que corrió Prometeo. Recordemos la escena: Prometeo amarrado a la cima
del monte Cáucaso, con un buitre que le devoraba las entrañas durante treinta
mil años. Y para que el suplicio fuera más terrible, la parte devorada se
renovaba constantemente… Hay un riesgo en esto de ser maestro. No en vano se
puede desafiar a los dioses. El poder tiene más de un Olimpo…
El maestro como
Guardián de la Tradición
Así como
Elías Carietti pensaba que el poeta era el guardián de las metamorfosis, bajo
la lente de esta analogía el maestro es el guardián de la tradición. En este
sentido, educar es asumir un legado, una herencia espiritual, una cultura.
Parece apenas evidente la responsabilidad del maestro con el pasado, con lo que
solemos considerar como “sagrado”, con nuestras mayores conquistas como seres
simbólicos. La analogía señala en el maestro una tarea de custodio o de vestal,
de guardián de los más esenciales valores de una comunidad. Tal labor de
salvaguarda, de protección, convierte a la educación en una tarea con profundas
implicaciones éticas y políticas. “¿Quién puede ser maestro de virtud?”,
preguntaba Platón en el Protágoras. Si analizamos bien el asunto, desde esta
analogía el maestro se debe a un juramento inicial; hay un orden de cosas, unos
principios, que le interesa preservar y que, además, termina por jalonarlo y
determinarlo. El educador, parece sugerir la analogía, es un guardián del
orden. De un orden espiritual, desde luego. Pero esos principios, al asumirlos
como forma de vida, terminan por volverse tradición. Esa tradición que ha sido
nuestra conquista sobre la inmediatez, esa tradición que ha permitido
considerarnos hermanos o hijos de una misma ciudad, esa tradición que a veces
toma el nombre de cuadro o sinfonía, de verso o novela, de película o de libro.
Esa tradición que está antes de nosotros y que nos fue dada como legado, y que
si no fuera por la tarea del maestro deberíamos volver a reconstruirla toda,
íntegra, desde cuando estábamos a gatas tratando de colocar una impronta en las
cavernas. Sin embargo, y esto también hay que indicarlo con igual fuerza,
siempre existe un riesgo: que el maestro guardián sólo sea un carcelero de la
tradición.
El maestro como
Oráculo
Pienso que la
analogía, en este caso, tiene un gran componente de la filosofía oriental. De
esas prácticas de enseñanza en donde no importan tanto las respuestas como la
calida de las preguntas. Creo que todos conocemos el sentido del oráculo: él no
da respuestas claras, obvias, inmediatas. El oráculo señala. Se trata de que
uno mismo vaya encontrando las posibles soluciones ante ciertas pistas
enigmáticas proferidas por el oráculo. El maestro, así entendido, apenas
sugiere, no da todo, no ofrece soluciones; más bien multiplica las preguntas,
afirma la duda, complejiza lo que parecía simple. Es bien sugerente la
analogía. Entre otras cosas, porque un no llega al maestro oráculo sin una
pregunta, sin un problema. No es que el maestro venga a uno, sino que uno va
hacia él, lo busca, a veces hasta tiene que caminar largos trechos o ir a otra
tierra. Y ya, cuando está frete al oráculo, justo después de formular nuestros
cuestionamientos, debe uno aprender a escuchar el silencio, hilar indicios,
mirar hacia adentro, ponerse en actitud completa de aprendiz. Cuando uno está
ante el maestro oráculo debe recordar esa frase que está escrita en un árbol de
la isla de La Corola,
en la Laguna
de La Cocha:
“El bosque tiene su propia música. El silencio aquí es un millón de sonidos”.
Luego entonces, la tarea del maestro no consiste tanto en responder como en
dejar de decir; no se trata de satisfacer sino de propiciar la carencia. Las
sentencias del maestro oráculo están hechas para deshabitarnos, para ponernos
en actitud de desalojo interior. Aunque, vale la pela señalar una advertencia:
no sierre los que hablan con oscuras palabras son maestros oráculos. A veces se
trata de meros charlatanes.
Las analogías
pueden seguir multiplicándose: el maestro como mago o como profeta; el maestro
como seductor o como anciano sabio. Avatares: cambios, mutaciones,
metamorfosis, variaciones. El maestro como partero, como anfitrión o sembrador;
el maestro escalera, actor, faro o escultor; el maestro ladrón del fuego,
guardián de la tradición, o el maestro oráculo. Variedades. Como quien dice,
este abanico de transformaciones del ser maestro, este sentido de mudar de
semblante o cambiar de aspecto, nos pone de nuevo en el inicio: para mantener
el mundo dentro de la estabilidad, a Visnú no le bastó asumir el avatar de pez
o de tortuga; por momentos debió ser Rama, el héroe del hacha que libera al
mundo de la opresión, y otras, tan solo fue Rama, el héroe de Ramayana,
desterrado a la selva y ahíto de amor por Sita, el mismo que aprendió del simio
Hanuman, el hijo del viento, ese don para escoger el momento oportuno para cada
asunto. Porque, en últimas, la calidad del maestro depende de elegir el avatar
conveniente según su intención y la necesidad de cada alumno.
ESTRATEGIAS
PEDAGÓGICAS PARA CONCEPTUALIZAR Y / O APROPIAR LAS TEMÁTICAS:
Leer el texto EL MAESTRO COMO FORMADOR
Y CULTOR DE LA VIDA
Remolina
De Cleves, Nahyr; Velásquez, Bertha Marlén; Calle M., María Graciela. Tabula
Rasa, núm. 2, enero-diciembre, 2004, pp. 263-281
Universidad
Colegio Mayor de Cundinamarca Bogotá, Colombia
Puesta en común y aclaración de dudas de los principales elementos
del texto
Trabajo en equipo y desde Prensa Escuela representar el maestro en
perspectiva Griega, Moderna, Posmoderna
y Contemporánea
ESTRATEGIAS
PEDAGÓGICAS PARA LLEVAR A LA PRÁCTICA:
Plantear la propia analogía
del maestro. Comparte el escrito con tus compañeros. (Nota de seguimiento)
Escribe una carta al maestro/a que más te haya impactado en tu
niñez o adolescencia
Entrevista a un maestro/a sobre su función encontrando en su
discurso elementos que propone la perspectiva Griega, Moderna,
Posmoderna y Contemporánea (Nota de seguimiento)
ESTRATEGIAS
PEDAGÓGICAS PARA EVALUAR LAS COMPETENCIAS:
Bitácora Pedagógica:
En la que se evidencia la apropiación
conceptual del tema, capacidad argumentativa e inferencial de lo escuchado en
la entrevista, además la capacidad de expresar en público sus trabajos
realizados con seguridad en sí mismo
RECURSOS
BIBLIOGRÁFICOS : TEXTOS A ABORDAR
AVATARES
Analogías en búsqueda de la comprensión del ser maestro (Lic. en Literatura y
Magíster en educación Fernando Vásquez Rodríguez)
EL MAESTRO COMO FORMADOR Y CULTOR DE LA VIDA
Remolina
De Cleves, Nahyr; Velásquez, Bertha Marlén; Calle M., María Graciela Tabula
Rasa, núm. 2, enero-diciembre, 2004, pp. 263-281 Universidad Colegio Mayor de Cundinamarca Bogotá,
Colombia.
MARTES
A LA QUINTA HORA O LA CLASE DE GIMNASIA. Del texto
“El terror de sexto “B” de Yolanda Reyes
RECICLABLES COMO LA PRENSA
HUMANOS: MAESTROS A ENTREVISTAR
ESTRATEGIAS PEDAGÓGICAS PARA
FORTALECER, PROFUNDIZAR O MEJORAR LAS COMPETENCIAS
Elaboración y puesta en escena de un monólogo, eligiendo una época
y expresando las fortalezas del maestro en ese momento histórico y lo que de
ella se puede abordar hoy